Dos marcas zamoranas

Los zamoranos estamos tan acostumbrados a perder que ganar nos ofende. Nosotros estamos tan hechos a que se nos humille que nos provoca extrañeza toda alabanza hacia nuestro patrimonio, historia, paisaje, gastronomía.

El zamorano medio es una persona que jamás pondera, en su justo término, lo que tiene. Sucedió el domingo, en lo que fue iglesia de la Encarnación. Se presentaba La Marca Zamora, cuyo diseño ha dado lugar a polémica. Lógico. Somos hijos de Caín. Hubo intervenciones políticas loables: aunar esfuerzos, trabajar unidos, único camino para el renacer de nuestra tierra. Me alegro. Lo festejo. Pero fue el discurso de Luis Bassat, el Picasso de la publicidad en España, el que regaló adjetivos a nuestra ciudad y su provincia, a su arte, a su patrimonio, a su cultura, a su historia, a su gente -no nos conoce bien-.

Mientras, nosotros, los indígenas, gozamos más con el mal ajeno que con el bien propio; festejamos más el fracaso de cualquier zamorano que la gloria personal. La Marca Zamora, guste más o disguste mucho, porque la frase “Zamora enamora” resulta manida, sirve para trabajar unidos, para sacar pecho lejos de nuestros lares, para mostrar nuestras cualidades, para descubrir nuestros tesoros. Zamora es ya Fuenteovejuna, merced a su Marca.

Y marca industrial es también, desde el 14 de mayo, la biorrefinería, porque un político, antes empresario, providencial, Francisco J. Requejo, presidente de la Diputación, tras comprar unos terrenos en Barcial del Barco, los puso a disposición de otro talento, Vicente Merino, ingeniero, también zamorano, para que esta provincia reciba la mayor inversión privada de la historia, una empresa que creará miles de puestos de trabajo y que transformará el sector primario de nuestra tierra. No va más. Soñemos.No se pagan impuestos por soñar.

Eugenio-Jesús de Ávila

(Fuente: El Día de Zamora)

Eugenio-Jesús de Ávila

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